La historia que nunca existió

El Burrito no la picó para colocarla justo en el ángulo, en una de esas que si te la cuentan no la creés; Atilio no empujó con su grito cargado de llanto la corrida de Cuevitas para dar por muerto a un Racing que se venía; Angelito no entró a la cancha de boca tapándose la nariz; el Pelado no los calló en su propia casa; el Enzo nunca la clavó de chilena, Crespo tampoco; yo no lloré de chico en una definición intrascendente contra boca en Mar del Plata; el Beto no se la puso con la mano a Alzamendi en Japón; el Matador no se rompió el alma contra un palo en un nacional contra Ferro; nunca hubo una pelota naranja flotando en al aire como diciendo "acá estoy, usame, hacé de mí lo que te plazca"; no hay tal anillo del Capitán Beto; Juan Gilberto no guapeó como un titán para darnos la primera gloria internacional; la Maquinita no existió, es solo un cuento inventado por nuestros abuelos para hacernos creer que alguna vez fuimos grandes; los 18 años sin títulos nunca se terminaron; no existe, es pura imaginación de Oesterheld eso de un estadio que parece un templo sagrado, es mentira lo del templo que bombea pura sangre de calidad; no desborda de gente la cancha en cada partido; no salieron de un mismo club, tantísimos grandes que es difícil recordarlos a todos; no es River el club más ganador del país; no existió nunca un nene apodado "Conejito" que doblado en estatura por sus marcadores los dejaba incrédulos, yéndola a buscar adentro y con las piernas enredadas; mi viejo nunca se puso nervioso por mí una tarde de clásico, y tampoco me abrazó inundado de gozo festejando otro River Campeón; Córdoba no la despejó mal, provocando el centro perfecto de Escudero para que Crespo cabecee como lo grande que es, sin ponerse ni un poquito nervioso y nos de la segunda; el Maestro Pedernera nunca rompió una red de un zapatazo; el Mencho nunca hundió pelota, arquero, y todo lo que se interpusiera entre él y la red; Luque no hizo un gol de otro planeta, haciendo pasar de largo a un arquero que se quedó sin ver ni a Luque ni a la pelota, para luego acariciarla de taco al fondo; el Beto no hizo el gol que Pelé no pudo; el Muñeco nunca la colgó en un ángulo; el Pelado nunca se llevó puesta ninguna pierna metiéndole miedo visceral a los contrarios, tampoco el Mariscal, tampoco el Kaiser; el otro Pelado nunca definió como si estuviera en el patio de su casa; el Pato nunca la descolgó de donde no llegan ni las arañas; Amadeo nunca amagó un orsai, dejando al delantero en ridículo y quedándose con un gol hecho; el Cabezón no hizo veinticinco amagues adentro del área para desarmar otros tantos defensores y luego ponerla a cien metros del arquero, pero bien adentro del arco…

Mirá hijo, mirá todo lo que un puñado de inescrupulosos nos quieren hacer creer, que todo eso nunca pasó, que tal historia no existe y que nunca existirá, mirá qué crueles son.
Pero no les des el gusto hijo, no bajes los brazos, te pido que lo sigas sintiendo así como hasta ahora, así como desde la cuna lo sentiste. Orgulloso. No te arrepientas. Desde la cuna te imaginé de esta manera, y aunque hoy nos cueste, el dolor por verte así no me vence y no me arrepiento, desde la cuna lo viviste, lo gozaste y lo sufrís, y desde ahí tu grito me conmueve, desde ese tiempo planeamos juntos los abrazos de gol y las caras largas, desde mi cuna te soñé así, pasional, y ya desde tu cuna superaste por pasional mis sueños, desde la cuna tu memoria se formó de tal manera que ya supera por lejos a la mía, en esa cuna abrazaste tu primera número cinco, para nunca más soltarla, desde la cuna te ayudé a alentar y aprendiste a hacerlo mucho mejor que yo, desde la cuna fuiste poco a poco pintando tu corazón, y repintando el mío, y viviste sin saberlo, acaso algunos de los momentos más lindos de esta pasión, desde la cuna y sin entenderlo, tu sonrisa me contuvo en aquellos tiempos en que me ganaba la desazón, desde esa cuna que en su cabecera, bien cerca de tu carita dormida, vio depositarse hace hoy exactamente quince años, aquel humilde pañuelito rojo y blanco que pude traerte del templo, de ese templo que sí existe, y que aunque hoy esté tan demacrado, pronto, muy pronto, volverá a bombear la misma sangre de la mejor calidad. Hijo, desde esa cuna el sentimiento inexplicable te fue llenando con alegrías el alma y el cuerpo y hoy, de la misma inexplicable manera, dolorosamente veo ese sentimiento transformarse y rebalsarte en tristeza. Por favor hijo, no pienses que todo se perdió, no lo creas, ni creas lo que dicen afuera. Hijo, adentro, bien adentro en el corazón, sabemos que esto no es cierto, que ésta que estamos viviendo será la historia que nunca existió, y en poco tiempo lo podremos demostrar, y ahí estaremos, cantando, alentando y abrazándonos como siempre… fuerza hijo, renaceremos juntos.


Un sentimiento

Una locura sin razón. Un dolor sin consuelo. Unas lágrimas sin esperanzas. Un racimo de nervios irracionalmente justificados. Una lucha interna tan inútil como deliciosa. Un estómago duro como una roca. Una razón desvanecida ante un sentimiento que no deja lugar para otra cosa. Una vergüenza que quiero esconder. Una culpa porque mi misma sangre sufre producto de mi fanatismo. Una noche larguísima de insomnio. Una mañana demasiado difícil. Un montón de huecos en la memoria de lo que fue. Una visión poco clara de lo que va a ser. Una búsqueda de respuestas que nunca vendrán, o mejor dicho, que sí están, pero que no sirven para nada, pues nada podemos modificar.


Tarde



Se levantó agitado, invadido por la culpa.

La noche anterior había reprendido y golpeado brutalmente a su hijo, una vez más.
En el momento sintió haber hecho lo correcto, pero sueños cruentos le mostraron su exceso.
Fue rápidamente hasta la habitación. Quería pedirle perdón. No pudo. Lo acarició con la mirada y lloró. Lo contempló un momento mientras permanecía quieto en su cuna.
Se le hacía tarde. Se vistió presuroso. Cuando estuvo listo fue a saludarlo.
A pesar de su apuro lo destapó despacio.
Un moretón en una pierna lo paralizó. Y otro más, cerca del ojo. Y en la sábana una pequeña mancha de sangre que ya se había secado.
Tiras de imágenes horribles les estallaron en la conciencia. La vista nublada y las manos estremecidas.
Con todo el cuidado que pudo lo alzó en sus brazos para llevarlo con su mamá, que dormía. En el camino trastabilló con un juguete. No se despertó.
Lo apoyó con suavidad. Lo tapó. Se alejó unos pasos. Ninguno de los dos se movió.
Con un beso corto y en el aire, se despidió de ambos. Hasta la tarde.
Cerrando la puerta alcanzó a oír a su mujer que se quejaba, de la manía de su hijo de destaparse a mitad de la noche, y cómo no se enfermaba, con lo helado que amanecía siempre.