Inerte



Lo sabía desde hace tiempo, ellos no mentían cuando le advirtieron.

A pesar de conocer de antemano lo que podía suceder, nunca aceptó detener su plan, y concretó con precisión suiza cada paso trazado.
Los hechos demuestran que hablaban en serio. Hay ámbitos en los que la traición cotiza demasiado alto.

Observa y parece reflexionar, su mirada es lejana y profunda a la vez, como si intentara llegar más allá.
Da la sensación de querer hablarle con los ojos. Ojos que uno desearía ver inundados. Al menos húmedos. Ojos que contradicen el sentido común.
La ausencia de lágrimas sorprende, y asusta.
Se mantiene callado y perturba el ambiente con solemne entereza.
Su rostro duro y pálido cual fragmento de mármol, paraliza los sentidos.
Es difícil imaginar en qué está pensando.
A juzgar por los hechos previos, uno podría conjeturar que en su mente se hace fuerte una idea: en el balance general de los acontecimientos, lo que acaba de ocurrir solo sería un costo más, propio del negocio.

A pocos metros, testigo involuntario de un final anunciado, su descendencia yace inerte en el suelo oscuro. Los tonos grises de lo que era hierba, encierran el destino final de su alma. Se ha transformado en víctima consumida por el desamor de su propia sangre.



El círculo



-No señor, lo hice por venganza y de eso no puedo defenderme, si tengo que pagar estoy dispuesta a hacerlo, no tengo nada más que decir.

Así se sentencia María Susana Segovia a la condena que seguramente la verá perecer dentro de la cárcel.


A casi un año de haber sido encontrado culpable, José Manuel Ramos, sentado sobre un banco de material, en un rincón húmedo de su celda, trataba de abrir el sobre que el guardia le acababa de entregar, en cuyo interior lo esperaba la carta. Una carta que por sus letras impresas en computadora nadie hubiese adivinado su contenido:
«Mi nombre es Abel Santos, usted no me conoce, soy el padre de Gabriel Santos ¿Lo recuerda? Sí, seguro lo recuerda, aunque finja que no, esas cosas no se olvidan, no interesa todo lo que uno lleve encima, no me permito pensar que no lo recuerda, y mucho menos que no lo hizo consciente.
Dudé mucho antes de escribirle esto sabe, hasta pensé en ir a hablarle cara a cara, pero no creí que ahí me lo permitieran y menos que usted accediera, se imaginará que esto no es fácil para mí, pero necesitaba decírselo, ya no lo soportaba más, por eso le escribo.
Necesitaba hacerle saber a usted, que al sacarnos a Gabriel nos sacó la vida, a usted cuya sed de violencia fue más fuerte que los ojos llorosos de nuestro hijo, que lo miraron bien fijo, delante de sus propios hijos, chicos huérfanos de padre que nos reclaman a diario un por qué. A usted necesitaba decirle, que aunque sabemos que va a estar mucho tiempo ahí, también sabemos, y esto grábeselo bien grabado, también sabemos, que algún día va a salir, y ese día, cuando quiera que sea, lo estaré esperando, como usted lo esperó a Gabriel.
Nada más, solo eso quería decirle, solo eso puedo decirle, solamente, necesitaba que lo sepa.
Lo saluda, y lo espera, Abel Santos, padre de Gabriel Santos»

Sin escapársele una mueca José bajó la mirada, estrujó la carta y dio un golpe a la pared con el puño apretado. Pronto buscó entre sus cosas una lapicera y un cuaderno y escribió unas pocas líneas, apuradas, llenas de nervios y de falta de práctica.

Al cabo de unos días, Santos recibió la respuesta:
«si quiere venir venga, lo van a dejar entrar y yo puedo hablar con usted si usted quiere josé ramos»

El hombre ni siquiera tuvo el reflejo de sentarse. Con un hilo de voz llamó a su esposa, no pudo hablarle, solamente le mostró el papel sucio y mal escrito. La cuchara cayó. Se miraron, y tomadas las manos quedaron inmóviles por un rato, como si una flecha caída desde el cielo los hubiese estaqueado al piso.
-¿Vas a ir?
-No sé, no sé... -suspiró el hombre, mirando al techo y volviendo a repetir:- No sé qué voy a hacer...


Durante las horas previas había ensayado el diálogo hasta cansarse, sin embargo, al encontrarse vidrio de por medio con José, no pudo recordar nada de la letra estudiada:
-¿Por qué nos hizo esto? -preguntó Santos apenas lo tuvo en frente, con voz entrecortada.
-¿Qué quiere? -respondió José con otra pregunta y gesto desafiante- ¿por qué me amenaza? Ya estoy acá pagando por lo que hice, ¿qué más quiere, que salga y lo mate a usted también, por qué no me deja en paz, no ve que ya tengo bastante con estar acá?
-¿Qué quiero? -exclamó Santos, levantándose de su silla y volviéndose a sentar en seguida, al notar la mirada atenta del guardia- Torturarlo quiero, que sufra lo mismo que sufrió Gabriel, verlo muerto quiero. ¡¡por dios!! ¡¡ahora resulta que la víctima es usted!! Y claro, siendo lo que es, hasta parece lógico. Por el amor de dios, dígame por qué lo hizo, le pido eso nada más, por qué lo hizo... y le juro que me voy...
-¿Y usted piensa que yo sé? Con todo lo que tenía adentro me hubiese cargado a cien más. ¿No entiende, usted se piensa que es fácil vivir con eso? no tener ni para comer, y ver todo eso que había en esa casa, ¿usted se piensa que eso no lastima? Me dice que yo no puedo ser víctima y no entiende nada, usted, su hijito y toda la manga de ladrones que la tienen toda junta y no dejan nada para nosotros, ustedes nos hacen víctimas. Se creen que todo es fácil, claro, que pueden juntar y juntar y no repartir nunca, y que nosotros nos vamos a comer siempre esa mentira. Saltan solamente cuando se muere alguno de ustedes, por lo nuestros no saltan nunca. Y se mueren los nuestros eh... un montón de los nuestros se mueren, y no solamente de hambre, no... también se mueren por la pasta esa que nos venden ustedes, la que les sobra, la mala, esa que pega mal, y cuando afanamos para tener para comprarles más, nos matan... siempre a nosotros... y me dice que no soy víctima... ustedes son todos la misma basura...
-¿Pero por qué a nosotros, qué le hizo mi hijo a usted? Él no vendía nada, era un chico excelente, ¿qué tiene que ver él con lo que usted me dice, por qué esa furia con él? Si quería robarle, ¿por qué lo mató? Si le estaba dando todo... no se resistió ni nada... ¿Qué culpa tenía mi hijo de lo que le pasaba a usted? ¿Y los chicos, qué culpa tienen ellos, no entiende que les mató al padre, no le entra eso en la cabeza? y adelante de ellos lo mató, ¿no entiende eso?
-Usted es el que no entiende, era hora que les pase a alguno de ustedes. Siempre a nosotros, siempre la sufrimos nosotros, sufran un poco ustedes. Nos cagamos de hambre, de frío. ¿Usted alguna vez sintió hambre?, pero hambre de verdad le digo eh, hambre sabiendo que aunque llore y busque no hay nada. ¿Sintió esa hambre alguna vez, esa que sabe que no se le va a pasar abriendo la heladera, o yendo a comprar, nunca sintió eso no? O frío, ¿pasó alguna vez en su reputa vida una noche en invierno con un árbol de techo, y sabiendo que si iba a pedir a algún lado lo iban a echar como si fuera un perro, y sabiendo que toda la manga de ladrones vive en castillos como la casa de su hijito y no le importa un carajo de nosotros? ¿Alguna vez se sintió temblar porque le faltaba la pasta y sabía que tenía que robar para comprarla, y para animarse a robar necesitaba la pasta, no sabe lo que es eso no? seguro que no lo sabe; seguro que nunca pasó algo de eso. No puede hablar de víctimas señor, usted no tiene más a su hijo, pero tiene casa y comida, y abogados y matones que lo defienden, yo no tengo nada de eso y no lo voy a tener nunca. ¡Qué carajo me importa su hijo, los hijos de su hijo y usted! No sabe, pero yo en el barrio ahora soy un ídolo, desde aquella noche soy un ídolo, y cuando salga me van a respetar, no tiene idea como me van a respetar... Y voy a llegar eh... quédese tranquilo, y ni sueñe con ponerse en el medio, que si lo hace sigue usted eh...


Cuatro años y medio después de aquel encuentro, cumpliendo casi el total de su pena, José salía en libertad gracias a su buen comportamiento. Amigos y algunos familiares lo acompañaban hasta su casa, donde era recibido como un verdadero héroe.

A pesar de haber sentido una gran confusión luego de aquel diálogo en la cárcel, Santos nunca había perdido de vista los movimientos del preso. Aquel juramento al cielo al enterarse de la muerte de su hijo sería ley en su destino. Muchos lo habían intentado pero nadie había podido cambiar su pensamiento.
Pocos días pasaban, cuando el hombre ejecutaba su venganza y José moría desangrado en el corazón de un pastizal.
No acostumbrando a matar, demasiadas huellas lo delataron y muy pronto fue condenado a una pena cuya duración ya no le importa a nadie.
Resignado a su triste camino, pero satisfecho por haber cumplido la promesa hecha a su hijo, se propondría vivir lo más dignamente los días de su castigo.
A poco tiempo de aquel hecho, habiéndose acostumbrado ya a su nueva condición, una carta lo sorprendía en su celda:
«Mi nombre es María Susana Segovia, usted no me conoce, soy la madre de José Manuel Ramos ¿Lo recuerda?... »