Polifonías


Nacen, crecen, se proliferan. Mueren y vuelven a emerger.
Fingen no estar, retornan para mostrarse.
Desean salir y se contienen. Salen y ya no quieren entrar.
Atormentan, reconfortan. Despejan y multiplican dudas. Descifran sentimientos y disimulan pesares.
Caen, se levantan, caemos y nos levantan.
Están aunque no les demos atención. Resisten las censuras más inescrupulosas.

Son los gritos de los muchos, y las órdenes de los pocos. Es el acatamiento a la vida y la aceptación de la desgracia como condena de los desgraciados.
Es el sollozo de los negros y la carcajada de los blancos. El ruido vivo de los vivos y el contenido ruido de los idos.
Es la quimera de quienes no se resignan y el adiós de los que se dan por perdidos.
Son todas las verdades que no conocieron la luz, y todas las mentiras hacedoras de penumbras.

Es el canto resignado del deber cumplido.
Es el estallido de gol y es el lamento.

Y es también la desesperación ahogada de un dolor sin testigos.

Son mis voces internas.
Son mis polifonías.

Son los ecos que nos rodean.


Nuestras polifonías.

Te propongo



¡Te amo!, me dijo...


...los caramelos que le había llevado
se me cayeron de la bolsa
y en su caída
dibujaron sus ojos por el aire
en todos los colores posibles

Te propongo, le dije ilusionado,
una luna de miel
y después si te gusta
nos casamos

Le gustó
y la amé para siempre.

Siestas


Cuando el viento viejo me alcance, y yo esté manso, ya sin escaparle
y la luz sea más luz, y un parpadear se vuelva tan largo como respirar.
Cuando el ayer se haya olvidado de mí, junto a todas mis importancias
y no tenga encuentros por esperar.
Cuando el aire se vuelva pesado dentro mío, pero me eleve por fuera
y la montaña crezca inmensa y relajada bajo mis plantas.
Ahí, cuando el sur sea por fin el sur, ya sin norte que soñar, y te duermas esperándome.
Cuando ya nadie me pueda explicar nada, y yo no dé más explicaciones.
Cuando la penumbra sea tan inevitable como la luz que me iluminó,
mi árbol sea más árbol que nunca, y la gracia del río sea mi propia gracia.

Cuando el cruce de caminos ya no importe, y tome por fin el último camino.

La ansiedad que me haya llevado hasta allí se hará polvo bajo el sol.

Será verano y entonces, feliz, me sentaré a esperar que caigan las uvas
y los melones crezcan más rayados que nunca.
Volveré a dejarme calmar por el aire caliente de las primeras tardes, y me hundiré en la alegría de ganar un juego.
Hablaré con mi silencio y ganaré batallas de soldados rotos.
Y tal vez una mañana, regresando de un paseo bajo la lluvia, disfrutaré sin ansias el olor de la tierra mojada, y me volveré a refugiar bajo el mismo techo de chapas, para siempre.

Todo comenzará de nuevo, y a nadie le diré que me estoy yendo.

Te espero



Te espero en el camino, ya viejo
en la piedra dura, en el agua
te espero en el gorrión y en la bandurria
en la nieve eterna, en primavera

cansado, pero iluso, te espero
en la tranquera que quemaba
en el pasto seco y olvidado
en la pampa, en el barco, en la mañana

te espero inconclusa, para darte
como un sueño trunco, mi nostalgia
te espero sin temor a la memoria
con ansia de encontrarte, con historia

te espero hasta cuando ya no espere
mas que el aire necesario, más la sangre
hasta verte más arriba o desde dónde
me esperes con tus brazos a abrazarme.








Juan espera


1994

Villa “Setenta”. Gran Buenos Aires.

Juan despierta.
El cañaveral que separa su casita de la del vecino, tapa parte del sol. Su casa está inmersa en la espesura de la villa. La poca luz que llega a su habitación le brilla en la carita y lo invita a salir.
Su madre, Gladys, no está en casa, hace unas cuatro horas salió con su hermano más chiquito, Matías.
Fueron al hospital, porque Matías hace tres días que no respira bien. Ya le debe estar tocando su turno, o no, quizás vuelvan recién a la noche.
Su papá no está en casa. Hace mucho que no está.
El que tampoco está es el papá de Matías, aunque a él lo ven cada tanto.
Juan sale buscando a su mamá.
Jennifer, su hermana mayor, incluso más grande que Loana, la segunda de las nenas, le cuenta que su mamá no va a estar en todo el día, y que ella se tiene que ir a buscar algo para comer.
Le pide que se porte bien, que Marta, la vecina, lo va a cuidar. Al ratito llega Marta.
Juan siente que tiene hambre, por suerte no frío, es verano. Como puede se trepa a la mesa y busca algo para comer pero nada encuentra. Su expresión no cambia, por ahora solo tiene hambre.
Al costado de la cocina hay un mueble convertido en alacena, donde mamá cuando tiene, guarda galletas, o pan.
Nunca las dos cosas. Nunca hubo las dos cosas.
Juan trata de abrir la puerta del mueble y no puede. Está dura y sus fuerzas no le alcanzan. Inútilmente se cuelga de la manija, nunca podría abrirla.
Loana lo hace por él y le muestra que no hay nada adentro.
Lo abraza fuerte y se va. Jennifer le rogó que la acompañara porque ayer un hombre a quien le pidió una monedita la quiso subir a su auto. Ella pudo escaparse, pero igual tiene miedo.
Juan parece entender. Tiene que entender.
Él tampoco respira bien desde hace unos días, pero es más grande y seguro es más fuerte que Matías, por eso puede aguantar más.
El invierno pasado su mamá lo tuvo que llevar al hospital, en realidad también lo llevó a Matías, pero en la panza.
Este es el segundo verano de Juan. Le gusta más el verano, en invierno hace mucho frío.
Ojala Jennifer consiga algo para comer, hoy, o sino mañana. Ojala que no pase de mañana.
Juan sale al patio, se sienta, solito, casi desnudo, y espera.

Club de Campo San Ignacio, vías de por medio con la villa “Setenta”.

Nicolás duerme en su habitación, contigua a las de sus hermanos. Su casa se pierde dentro del gran parque que la rodea, es una de las más grandes del “barrio”.
Su mamá lo despierta con un beso. Abre las cortinas y le permite al sol calentarle la carita. Llama a sus hermanas, Candela y Jorgelina, mayores que Nico y va a buscar a Fede, el más chiquitito.
Todos juegan un rato entre los almohadones. Su mamá lo ayuda a vestirse y bajan a desayunar.
En la cocina los espera su papá, el Sr. Miguens, y Norma. Norma es la mucama, es una de las mucamas, la preferida de Nico. Les sirve el desayuno. A Nico le gustan mucho las tostaditas con dulce que le prepara su papá, en cambio Cande y Jorgelina prefieren las galletitas.
Fede no se despega de la mamadera.
El ritual se prolonga por casi una hora.
Nicolás sale al parque a jugar con sus hermanas y con los perros.
Está contento porque sus abuelos le regalaron una bici nueva. No una común, sino una a batería, que funciona apretando
 un botón.
Su papá le cuenta que a la tarde llegarán los tíos del campo, esos a los que él quiere mucho, especialmente a la tía Amalia.
Nico se pone entonces, más contento aún.
Juega, y también espera.

1998

Juan cumplió ya seis años, hoy debería comenzar la escuela. Irá a primero, o eso cree.
El guardapolvo de Jennifer le queda algo grande. Su mamá se lo arremanga.
Juan no entiende muy bien que va a hacer en la escuela, en realidad no entiende bien qué es la escuela.
Loana todavía va. A veces va.
Jennifer hace tiempo que desistió. Le rinde más salir a buscar comida. Aunque siempre que puede le pide a Loana que la acompañe. Si bien sus doce años le dan cierta experiencia todavía no le gusta salir sola, y la compañía de su hermana, aunque menor, le hace sentir más segura.
Juan lleva mochila, y zapatillas gastadísimas.
Su mamá no lo puede acompañar, está embarazada y en reposo. No puede levantarse porque hay riesgo de que pierda al bebé. Está triste por no poder ir, o por tener que estar en cama.
Juan le seca algunas lágrimas y como puede, le sonríe.
Lo va a llevar Jennifer, antes de irse a trabajar, a pedir.
Lo acompaña, lo despide en la puerta de la escuela y se va. Juan entra. Su expresión no cambia. Nunca cambia.
Cuando vuelva a la tarde es posible que tenga que salir con Jennifer, a buscar algo para la noche. Así lo hizo durante el verano.
No es un día más. Juan empieza el colegio.
Es un día más.

Nico y toda su familia se aprestan para ir a la escuela. Hoy es el gran día, Nico por fin empieza primer grado. Lo esperó con ansias durante todas las vacaciones. Todos están muy emocionados.
Muchos amigos y experiencias nuevas lo esperan a partir de ahora.
Es una escuela muy linda, tiene campo de deportes, estudios de música, salas de pintura y hasta un teatro.
Todos participan activamente del acto. Un nuevo ciclo se abre en la vida de Nico.
A la tarde lo van a ir a buscar, y lo recibirán con aplausos y con algarabía.
En su casa habrá una merienda especialmente preparada para festejar.


2001

Juan es internado por tercera vez en un año.
Los problemas de una mala nutrición le han ido causando una baja importante en las defensas.
Hace tiempo está cada día más débil.
La última vez que lo internaron tuvieron mucha suerte y lograron salvarlo.
Juan anda gran parte del tiempo descalzo. Hace una semana se lastimó un pie mientras jugaba con otros chicos del barrio.
A la pelota.
Descalzo.
No parecía una lastimadura importante. Gladys, su mamá, lo curó como pudo y lo vendó.
Ayer al internarlo tenía mucha fiebre, el pie muy hinchado, la pierna más que morada y la venda irreconociblemente negra.
A Juan lo derivan a un hospital mejor equipado en la ciudad de Buenos Aires. En la capital. Los diagnósticos no son buenos y es mejor que lo traten en un lugar más adecuado.
Juan no respira bien, y la fiebre no cesa.
Matías y Joaquín, de siete y tres años, quedan al cuidado de Loana.
Gladys se va con Juan para el nuevo hospital. Está muy triste. Sabe que es grave.
Juan sigue igual, su expresión no cambia. Su estado de ánimo tampoco, solo se queja cada tanto, cuando le duelen los pinchazos, con los que le sacan sangre de la pierna. Su mamá le muestra un dibujito que le mandó Joaquín, quien dibuja muy bien a pesar de ser muy chico. Lo hizo sonriendo, con una pelota al lado, y sin zapatillas. Después de mirarlo detenidamente, Juan lo dobla despacito y lo aprieta con su mano, lo más fuerte que puede, como si quisiera aferrarse a ese bosquejo de sonrisa que su hermanito recuerda.
En este hospital le repiten los diagnósticos. No son buenos. Le dicen a Gladys que hay que aguardar y dejar que actúe el tiempo.
Entonces Juan y su mamá se disponen, otra vez, a esperar.

Hace unos meses Nicolás se enfermó de un problema cardiaco muy raro. Tan raro que expertos de universidades muy prestigiosas están estudiando el tema.
Aún no han podido determinar el origen. Los médicos dicen, como siempre que no saben algo, que puede ser un virus, o una bacteria.
Nicolás está ahora internado, y muy grave.
El Sanatorio de La Concepción de María se convirtió en un centro de convenciones de médicos. Todos estudian el caso de Nicolás.
Su corazón late cada día con menos fuerza.
La única posibilidad viable para salvarlo sería un transplante. Y aún así nadie se anima a pronosticar un éxito seguro.
De cualquier manera conseguir un corazón sano es muy difícil, generalmente se tarda mucho. Y no creen que el suyo pueda aguantar ese tiempo.
Su familia está destrozada. Vinieron a verlo los tíos del campo y hasta unos familiares que viven en Suiza. No pueden creer como alguien tan vital como Nico puede estar pasando por eso.
A pesar de estar muy grave Nicolás está conciente, y, lo que es mejor, está contento y muy esperanzado. Nadie lo puede entender.
Todo el sistema de búsqueda de donantes se puso a funcionar a pleno. Pero el corazón no aparece. Y aun si apareciera, en la lista hay otros chicos antes que Nicolás.
Pasan los días y no pasa el sufrimiento. Nico empeora.
El Sr. Miguens acude desesperado, pero calmo, al hospital público más prestigioso del país. Intenta una jugada más para conseguir un corazón.
Los médicos del hospital le comunican que ninguno de los enfermos terminales que hay en ese momento se ha declarado como donante.
El Sr. Miguens se retira del hospital, desesperanzado.
Al rato vuelve y pide hablar con el máximo director, el Dr. Estrada. Este, sin dudarlo, lo recibe, gustoso, en su despacho.
Haciendo un gesto disimulado pero que todos entenderían el Sr. Miguens le consulta al Dr. Estrada cuales serían los pacientes capaces de salvar a su hijo, en caso de declararse donantes, por supuesto.
El Dr. Estrada cierra la puerta de su despacho.
Pasan unos pocos minutos. El Sr. Miguens se dirige a la habitación 624 del hospital, allí hay varios enfermos terminales.
Mira hacia ambos lados. La hilera de camas parece no terminar.
Camina hasta la cama cinco, donde una mujer cuida de las últimas horas de su hijo, enfermo de tantas cosas como hambre tuvo en su vida, su corta vida.
Llora las últimas horas de su niño.
El Sr. Miguens se acerca a la mujer y luego de saludarla le habla con voz muy baja. Ella parece no entender. Instantes después el Sr. Miguens le acerca un papel, y una lapicera que toma de su saco.
Gladys firma la declaración donde dice que Juan es futuro donante.

Todos los medios repasaron una y otra vez la historia de Nicolás. Se llenaron interminables horas de radio y televisión. Su rostro apareció en los diarios y revistas más importantes del mundo.
Se halagó hasta el hartazgo el sistema nacional de donantes. Y se elogió incansablemente la labor del equipo médico.

Hasta transmitieron en directo el operativo y el vuelo del helicóptero que trajo el corazón desde la lejana Resistencia, en la provincia del Chaco...

2002

Pegado al perimetral del Club de Campo San Ignacio, del lado de afuera, justo delante de las vías.
Justo frente a la villa “Setenta”.

Nicolás, su mamá y su papá visitan a Gladys y a los suyos en su nueva casa. El parque es muy lindo, lleno de plantas. Hasta tiene una pileta.
Ya no tienen hambre. Por ahora no tienen hambre.
Gladys se da el lujo de convidar a los Miguens con un poco de torta, y de café.
Nicolás está muy recuperado y agradece con toda su alma a Gladys, al tiempo que le manifiesta su inmenso pesar por lo de Juan.

El silencio une a las dos familias.

Jennifer se esconde, paralizada. No quiere salir a saludar. Reconoce al señor que la quiso subir a su auto.

El loco del muelle



Un loco sentado al borde del muelle, los barcos que lo miran, el loco les habla. Los barcos grandes acarician a los botes, y les susurran en las velas palabras para el loco. Los botes se dejan llevar por el oleaje, por las caricias, y por la mirada del loco. Él les señala el horizonte, y los nombra de a uno. Ellos le responden levantando la proa. Se para para mirar por encima de los barcos. Lejos se ven más, que están llegando al puerto. Es la tarde, el momento en que todos vuelven, y se reúnen a contarse historias. El loco hace ademanes de director de orquesta. Ellos le responden acercándose. Los grandes, más asentados, se mueven poco y hablan lento, pero cada palabra resuena en todo el puerto. Los chicos, los botes y los yates nuevos, ríen a través de sus ventanas.Y los grandes a veces se tientan, y los festejan. El loco les dice cosas, le habla a cada uno, y todos lo entienden. Se sienta, juega con una soga, ensaya un nudo, perfecto. El nudo que hace siempre, o parecido. Siempre hace nudos a la tarde, menos los domingos, porque según dicen, lo deprime. El nudo se va formando entre sus manos. La soga, gruesa y vieja, se estremece. Los grandes se miran, los chicos tragan agua. El loco está callado. Respira despacio. Sus manos y la soga se estrechan en abrazos. La soga contiene el aire. Hace formas diferentes. Le acaricia los brazos. Se unen en una danza lenta y armoniosa. El agua se agita y los barcos se mueven. Hay un viento suave que mueve las velas y anima las olas. Algunos grandes intentan hablar, distraer al resto, y al loco. Pero él los mira y vuelve a la soga, al nudo, a la danza. Vuelve a aferrarse. La soga es vieja y lo conoce. Sus brazos la miman, y ella les devuelve el gesto con otra vuelta, otro regodeo. Ambos se seducen. Parecen bailar. El viento, el agua y los barcos son espectadores. Hablan, hacen ruidos, intentan llamarles la atención, pero ni el loco ni la soga reaccionan. Ambos se funden de a poco. El nudo va tomando forma. La soga parece de cristal, que se endurece a medida que el amor con el loco avanza. Se tocan como amantes. Los brazos se van haciendo uno con la soga. El nudo se sigue conformando, cada vez más solo, cada vez con menos ayuda. El loco mira a los barcos. El gesto parece resignado. Ellos saben del loco. La soga lo amarra. No lo deja. El loco se estira. Mueve los dedos de sus manos. Muestra una sonrisa, y la cambia rápidamente por una mueca distinta, indescifrable. Los barcos grandes se conmueven. Se acercan más al muelle. Corren a los chicos. Intentan hablarle al loco. Él lo hace también, pero no puede. Su soga lo contiene con fuerza y se regocija. Él la mira y mira a los barcos. Hace un esfuerzo por pararse. El nudo va dejando de de ser nudo, para transformarse en atadura. La soga lo ama, fiel y apasionada. Posesiva. A su manera lo ama. Él se dejó amar, hizo mil nudos con ella, Le enseñó a amarlo y a atarlo. Quiere gritar que igual la ama, pero le sale un sollozo. Los barcos grandes bajan la proa. Sus sogas se quieren desenredar para atarse al muelle. Los barcos las frenan. El loco transforma el sollozo en murmullo, la respiración en jadeo, sus ojos en lagunas, agua interna y frágil que quiere juntarse con el agua de los barcos, su agua, su vida. El loco sabe algo. Lo dice, despacito, al oído del muelle. El muelle lo escucha paciente y calmo. El loco sabe que el muelle lo escucha, y le sigue hablando. Mira a los barcos y les muestra un gesto. Ellos asienten. La soga llega a sus hombros, y se adueña de su presente. Lo que antes era un juego de amantes, dejó paso a la verdad, a la historia del loco, al paso de la vida enredado en esa soga. La soga que lo amó a su forma. La soga que desnuda ante los testigos no casuales, la intención de tantos años. La soga que le da el gusto al destino. Que sobrepasa los hombros cargados del loco. Que no escucha los sollozos y no mira. La soga que sabe que no hay vuelta atrás. Que no se deja llevar por el tiempo, ni por la lástima. El loco le dice algo más al muelle. Este, quieto como siempre, le hace un guiño que solo ellos perciben. El loco mira a los barcos. Estos se retiran unos metros. Dice algo al viento, que lo reparte diligente por el muelle, lo deja sobre el agua y se lo cuenta a los barcos. Mueve su cabeza y se para. La soga le tomó los brazos, el cuello, el estómago, los pulmones, pero no llegó a su corazón, y este, despierto, se conecta con sus piernas. El loco se había mantenido sentado, esperando que la soga lo rodeara ilusa. Ahora se para. Tomado casi todo por esa soga de recuerdos, de pasado y de prisión. Casi todo. Porque el loco aun tiene libres las piernas, y el corazón. Hay un claro de agua entre él y sus compañeros de vida, los barcos. Ya todos saben lo que el loco va a hacer. Se lo dijo al muelle, se lo dijo al viento. Te lo digo yo a vos. El loco es loco, pero siempre supo que el momento iba a llegar. Vos, soga impune y desconsiderada, que no soportás el agua de mis barcos. El agua sucia de este puerto es mía, como lo fue siempre. Y ahora te vas a ensuciar en ella. Conmigo. Mi agua me va a recibir encantada, y me va a llevar al fondo, a su abismo. Y me va a cuidar. Porque el agua, y mis barcos, y los cimientos de este muelle que es mi vida, me están esperando para disfrutar juntos de este retiro, pero a vos, soga cruel, a vos nadie te va a recibir, porque ese abismo nunca lo quisiste. Siempre lo despreciaste soga inmoral.
El loco salta al agua, se hunde, y la soga con él, y los barcos se vuelven a juntar sobre el agua que lo protege. Y el viento sopla más. La soga quiere salir pero no puede, porque el loco la arrastra al fondo, donde lo esperan sus amores, sus sueños, las risas de sus amigos, sus mejores recuerdos. Su vida. Y una bolsa con candado, para la soga.

Nosotros


Los ojos que no comprenden, las manos que le pegan duro
esa flor que crece y crece, y grita y no para
y de vez en cuando aturde.

El cuervo que la huele y se va, mientras la tumba al viento
desgasta, pule, lleva y forma
el cielo que la cubre infinito.
Las culpas que la inventan, defendida, por mentiras
los cuerpos que la alimentan, la desgranan
y la desangran.
La sangre que le corre, como agua que la enfría
que la limpia, que la sacia oro caliente
que la mantiene aun viva.
Los discursos de siempre, la excusa, la musa, la gracia de la masa
los que gozan volando los discursos
los que discursan.
Los que la aplauden, los que la viven y la honran
los que la hunden despacio en sí misma
los suicidas.
El blanco el negro el gris, el azul de sus ojos gastados
el dorado que le quitan a gritos
su cara derrotada.
La carcaza que le inventan, la esperanza, que también le inventan
esperanzados y desprevenidos
que la apagan sin querer
El tiempo incalculable, que brota fuego en su corazón
la chapa de interminable, la realidad
que la golpea

que la mata
nosotros.