Buenos deseos para 2012



Llega fin de otro año, y los deseos de felicidad, de paz, y especialmente de prosperidad, se multiplican.

Siempre me pareció que todos eso lindos deseos, más allá de las buenas intenciones, encierran sin querer algo de comodidad, sería como desear que todo llegue porque sí, del cielo, o del aire, como si la felicidad, la paz y la prosperidad, no dependiera solo de nosotros.

Por eso, desde mi humilde corazón, prefiero desearte, y desearme...

que este año pierdas la vergüenza de decirle "te quiero" a ese alguien que, si ya no estuviera, se lo dirías mirando al cielo

que visites a quien te necesita, aunque te vayas con dolor en los oídos

que te hagas tiempo para lo importante

que puedas darte cuenta de cuales son los verdaderos problemas, y cuales definitivamente NO

que te dejes de joder con el orgullo, que nada te da y muchísimo te quita

que entiendas por fin, que cada momento que pasás con tu corazón enojado, es un momento menos de vida plena

que solidaridad no sea solamente comprar una rifa

que ya no busques más excusas para negarle una moneda a un nene

que aprendas a decir "gracias, perdón, permiso, me equivoqué, te perdono, te entiendo", y todas esas palabras que suenan lindo en los demás, pero a veces cuesta incluir en el propio diccionario

que tu forma de vivir, de vestir, de pensar, de sentir, de amar, sean solo una forma más de vivir, de vestir, de pensar, de sentir, de amar, y no las únicas aceptables

que por fin puedas desarrollar tu tolerancia, y que entiendas que a vos también te toleran

que puedas ponerte en el lugar de los otros, aun cuando los otros no te agraden

que ya no necesites gritar

que a nadie más le hagas daño gritándole

que logres darte cuenta que todos nos equivocamos

que no tengas que arrepentirte

que la pasión y el empeño por tus hijos sea similar a la pasión y el empeño que pusiste al concebirlos

que cada noche te encuentre feliz por no haberle hecho daño a nadie

que cada mañana te despierte con ganas de vivir y ayudar a vivir

que el progreso de un amigo, de un compañero, o de un hermano, te inunde de alegría, y que te motive por superarte, nunca por envidia

que este año visites más amigos e invites más gente a tu casa

que no hables tanto de vos, y aprendas a escuchar

que puedas divorciarte de tu ego

que escuches las voces tu conciencia, y que tu conciencia no se equivoque

que una sonrisa te salga tan natural como respirar, y que creas que los demás son merecedores de tu sonrisa

que lances una felicitación con la misma fuerza con la que lanzás insultos

que ya no busques culpas, sino soluciones

que solo mires para adelante, o mejor, para ahora

que el presente nunca se transforme en un pasado que te condene

que el futuro sea solo el resultado de haber disfrutado el presente

que tu presente sea también el digno presente de los que te rodean

que la palabra prosperidad ya no se asocie con el dinero

que el dinero ya no lo asocies con la felicidad

que la felicidad venga asociada al amor entregado

que el amor siga siendo el motor incansable de la paz

Seguramente muchas de estos deseos ya se te cumplen, vamos entonces por los que todavía no, y estoy seguro que este año llegará lleno de felicidad, de paz, y de prosperidad

Por un 2012 mejor que 2011… y peor que el 2013

¡¡..Muy Feliz 2012 y Salud…!!

Pablo


Morenita



La simpatía y cariño de la pequeña Morenita los había conquistado desde el primer encuentro.

Cada vez que los visitaba en brazos de María, su mamá, el día se convertía en una fiesta donde ella era la reina.
Al ver a su hija tan mimada, María parecía descansar de penas.

Ellas vivían junto a sus cuatro hermanos, en una casilla humilde, húmeda y erosionada por los años sin trabajo. Una casilla que temblaba de frío en cada invierno y se incendiaba en los veranos. Perdida dentro de un barrio en el que era difícil distinguirla.
Su único medio de subsistencia lo aportaban los hijos grandes, a quienes la experiencia de la calle les había enseñado el oficio de pedir.
Era comprensible que María disfrutase tanto esos encuentros en que la alegría de ver a su hijita contenta, lograba aplacar por un rato las miserias que enfrentaba a diario.

Tal cual agua de deshielo, que hace camino en su deslizar, todo se dio con absoluta fluidez.
Alargando cada vez más las visitas, Morenita se fue quedando de a poco, y una tarde común, en que el olvido se apoderó de su sonrisa, María no fue a buscarla, y en menos que un suspiro, su mamá cambió de nombre, y su destino, de lugar.

La extrañó la primera noche, quizás la segunda, y desde la tercera ya nunca más supo de ese sentimiento.
Regresaba María cada tanto a visitarla, pero en cada despedida, con una naturalidad que abrumaba, y de la que nadie se atrevía a extrañarse, Morenita la saludaba con cariño, y la abrazaba con sonrisas, intuyendo quizás, que era lo mejor para ambas.

Como casi siempre, el reloj que mide la felicidad pasó demasiado rápido, y al poco tiempo, solo tres años, la pequeña Morenita enfermó.

A pesar del final abrupto, esas tres primaveras en su nuevo hogar, habían alcanzado para colmar por siempre los corazones de su segunda familia.

Tal vez destino, tal vez exceso de encanto, su alma inconclusa no aguantó, y se fue muy temprano, esperando, seguramente, un poquito más.



Hoy el salón rebalsa de gente que vino a acompañar.
Desde una esquina, errante y penosa, llega la voz de un genio con dotes de cantor que le ofrenda su "Virgen Morenita". En su versión más desgarradora.
Entre llantos y abrazos, su guitarra eleva plegarias tristes y acompaña el canto como quien respira un sollozo. Sus cuerdas vocales se estremecen y parecen tender puentes invisibles para aunarse con cada uno de los presentes.

María oprime inconscientemente su angustia.
Ella no sabe sufrir por estas cosas, la vida le ha enseñado que solo el hambre y algunos pocos dolores físicos, son dignos de ser sufridos.
Las penas del corazón no deben perdurar. No hay tiempo ni recursos para eso.
A su lado las dos hermanas mayores que el tiempo le había regalado a Morenita, quieren calmar su lamento intentando secarse una a otra las lágrimas.
Eternas e hirientes gotas que se escurren entre sus dedos y prosiguen su camino.
Al ver a las chicas tan abatidas, María cree entender el amor que sentían por su hijita, como si las tres hubiesen sido verdaderas hermanas de sangre.
La tristeza de esas niñas es tan genuina como contagiosa.
No le gusta verlas así. Y aunque su corazón es duro, el dolor de ellas parece calarle profundo.
Luego de un momento de aparente profunda reflexión, se acerca a las nenas y con voz trémula y bajita, casi al oído, casi con miedo, les ofrece, para consolarlas, si quieren quedarse con Alan, su hijo más chiquito, que es tan lindo y gracioso, como era Morenita.