El loco del muelle



Un loco sentado al borde del muelle, los barcos que lo miran, el loco les habla. Los barcos grandes acarician a los botes, y les susurran en las velas palabras para el loco. Los botes se dejan llevar por el oleaje, por las caricias, y por la mirada del loco. Él les señala el horizonte, y los nombra de a uno. Ellos le responden levantando la proa. Se para para mirar por encima de los barcos. Lejos se ven más, que están llegando al puerto. Es la tarde, el momento en que todos vuelven, y se reúnen a contarse historias. El loco hace ademanes de director de orquesta. Ellos le responden acercándose. Los grandes, más asentados, se mueven poco y hablan lento, pero cada palabra resuena en todo el puerto. Los chicos, los botes y los yates nuevos, ríen a través de sus ventanas.Y los grandes a veces se tientan, y los festejan. El loco les dice cosas, le habla a cada uno, y todos lo entienden. Se sienta, juega con una soga, ensaya un nudo, perfecto. El nudo que hace siempre, o parecido. Siempre hace nudos a la tarde, menos los domingos, porque según dicen, lo deprime. El nudo se va formando entre sus manos. La soga, gruesa y vieja, se estremece. Los grandes se miran, los chicos tragan agua. El loco está callado. Respira despacio. Sus manos y la soga se estrechan en abrazos. La soga contiene el aire. Hace formas diferentes. Le acaricia los brazos. Se unen en una danza lenta y armoniosa. El agua se agita y los barcos se mueven. Hay un viento suave que mueve las velas y anima las olas. Algunos grandes intentan hablar, distraer al resto, y al loco. Pero él los mira y vuelve a la soga, al nudo, a la danza. Vuelve a aferrarse. La soga es vieja y lo conoce. Sus brazos la miman, y ella les devuelve el gesto con otra vuelta, otro regodeo. Ambos se seducen. Parecen bailar. El viento, el agua y los barcos son espectadores. Hablan, hacen ruidos, intentan llamarles la atención, pero ni el loco ni la soga reaccionan. Ambos se funden de a poco. El nudo va tomando forma. La soga parece de cristal, que se endurece a medida que el amor con el loco avanza. Se tocan como amantes. Los brazos se van haciendo uno con la soga. El nudo se sigue conformando, cada vez más solo, cada vez con menos ayuda. El loco mira a los barcos. El gesto parece resignado. Ellos saben del loco. La soga lo amarra. No lo deja. El loco se estira. Mueve los dedos de sus manos. Muestra una sonrisa, y la cambia rápidamente por una mueca distinta, indescifrable. Los barcos grandes se conmueven. Se acercan más al muelle. Corren a los chicos. Intentan hablarle al loco. Él lo hace también, pero no puede. Su soga lo contiene con fuerza y se regocija. Él la mira y mira a los barcos. Hace un esfuerzo por pararse. El nudo va dejando de de ser nudo, para transformarse en atadura. La soga lo ama, fiel y apasionada. Posesiva. A su manera lo ama. Él se dejó amar, hizo mil nudos con ella, Le enseñó a amarlo y a atarlo. Quiere gritar que igual la ama, pero le sale un sollozo. Los barcos grandes bajan la proa. Sus sogas se quieren desenredar para atarse al muelle. Los barcos las frenan. El loco transforma el sollozo en murmullo, la respiración en jadeo, sus ojos en lagunas, agua interna y frágil que quiere juntarse con el agua de los barcos, su agua, su vida. El loco sabe algo. Lo dice, despacito, al oído del muelle. El muelle lo escucha paciente y calmo. El loco sabe que el muelle lo escucha, y le sigue hablando. Mira a los barcos y les muestra un gesto. Ellos asienten. La soga llega a sus hombros, y se adueña de su presente. Lo que antes era un juego de amantes, dejó paso a la verdad, a la historia del loco, al paso de la vida enredado en esa soga. La soga que lo amó a su forma. La soga que desnuda ante los testigos no casuales, la intención de tantos años. La soga que le da el gusto al destino. Que sobrepasa los hombros cargados del loco. Que no escucha los sollozos y no mira. La soga que sabe que no hay vuelta atrás. Que no se deja llevar por el tiempo, ni por la lástima. El loco le dice algo más al muelle. Este, quieto como siempre, le hace un guiño que solo ellos perciben. El loco mira a los barcos. Estos se retiran unos metros. Dice algo al viento, que lo reparte diligente por el muelle, lo deja sobre el agua y se lo cuenta a los barcos. Mueve su cabeza y se para. La soga le tomó los brazos, el cuello, el estómago, los pulmones, pero no llegó a su corazón, y este, despierto, se conecta con sus piernas. El loco se había mantenido sentado, esperando que la soga lo rodeara ilusa. Ahora se para. Tomado casi todo por esa soga de recuerdos, de pasado y de prisión. Casi todo. Porque el loco aun tiene libres las piernas, y el corazón. Hay un claro de agua entre él y sus compañeros de vida, los barcos. Ya todos saben lo que el loco va a hacer. Se lo dijo al muelle, se lo dijo al viento. Te lo digo yo a vos. El loco es loco, pero siempre supo que el momento iba a llegar. Vos, soga impune y desconsiderada, que no soportás el agua de mis barcos. El agua sucia de este puerto es mía, como lo fue siempre. Y ahora te vas a ensuciar en ella. Conmigo. Mi agua me va a recibir encantada, y me va a llevar al fondo, a su abismo. Y me va a cuidar. Porque el agua, y mis barcos, y los cimientos de este muelle que es mi vida, me están esperando para disfrutar juntos de este retiro, pero a vos, soga cruel, a vos nadie te va a recibir, porque ese abismo nunca lo quisiste. Siempre lo despreciaste soga inmoral.
El loco salta al agua, se hunde, y la soga con él, y los barcos se vuelven a juntar sobre el agua que lo protege. Y el viento sopla más. La soga quiere salir pero no puede, porque el loco la arrastra al fondo, donde lo esperan sus amores, sus sueños, las risas de sus amigos, sus mejores recuerdos. Su vida. Y una bolsa con candado, para la soga.

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