Siestas


Cuando el viento viejo me alcance, y yo esté manso, ya sin escaparle
y la luz sea más luz, y un parpadear se vuelva tan largo como respirar.
Cuando el ayer se haya olvidado de mí, junto a todas mis importancias
y no tenga encuentros por esperar.
Cuando el aire se vuelva pesado dentro mío, pero me eleve por fuera
y la montaña crezca inmensa y relajada bajo mis plantas.
Ahí, cuando el sur sea por fin el sur, ya sin norte que soñar, y te duermas esperándome.
Cuando ya nadie me pueda explicar nada, y yo no dé más explicaciones.
Cuando la penumbra sea tan inevitable como la luz que me iluminó,
mi árbol sea más árbol que nunca, y la gracia del río sea mi propia gracia.

Cuando el cruce de caminos ya no importe, y tome por fin el último camino.

La ansiedad que me haya llevado hasta allí se hará polvo bajo el sol.

Será verano y entonces, feliz, me sentaré a esperar que caigan las uvas
y los melones crezcan más rayados que nunca.
Volveré a dejarme calmar por el aire caliente de las primeras tardes, y me hundiré en la alegría de ganar un juego.
Hablaré con mi silencio y ganaré batallas de soldados rotos.
Y tal vez una mañana, regresando de un paseo bajo la lluvia, disfrutaré sin ansias el olor de la tierra mojada, y me volveré a refugiar bajo el mismo techo de chapas, para siempre.

Todo comenzará de nuevo, y a nadie le diré que me estoy yendo.

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