Ilusas

…los anfitriones sacaban hábilmente la comida de la heladera, como si nada pasara, sin tocar las cabezas y sin mirarlas, tal vez por acostumbramiento, haciendo de cuenta que no estaban, o ignorándolas a propósito. Eso nos contagiaba y fingíamos igual indiferencia. Impregnados de tal realidad nos sentamos a la mesa, muy bien servida, al vino fresco y la comida lista, comensales indiscretos conversando de todo menos de ellas, insolentes cabezas cristalinas, que seguían ahí, cercanas, inquietas, pregonando atención toda vez que se abría la heladera, suplicando con los ojos, pegadas a nosotros, insistiendo, al principio constantes, luego con menos obstinación, presentes, pero a cada momento un poco más lejos, como yéndose despacio, como que la falta de miradas las llevaba lentamente al fondo, a un fondo invisible, a ir escondiéndose bien profundo en el hielo, en un fondo sin tiempo ni vida, ni día ni noche, hasta no me acuerdo cuándo y hasta ya no estar más que en nuestros sueños, lejanas, atemporales, a vivir solo en el recuerdo difícil que nos quedó de ellos, de ellas, del frío y de sus muecas, y perpetuarse únicamente en las preguntas que me hago, y que cada uno de los que almorzó allí ese día se hará siempre, hasta creernos que ya no están, y que nunca estuvieron, hasta hacernos carne en la mentira que nos inventamos, hasta callarlas y callarnos a nosotros mismos; cabezas inútiles, soberbias, ilusas, que alguna vez creyeron, al igual que nosotros, que las daríamos por vivas.

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